El Sol de Tijuana – Víctima de trata demanda justicia para salvar a niñas
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Tijuana.- El día que su madre fue a recogerla, la vida cambió para Diana. Su mamá le presentó a un hombre, su padrastro, que la pondría en un camino que la convertiría en una víctima, una estadística más de la explotación sexual infantil.
Nació en Sinaloa y vivía con su abuela cuando su madre llegó para llevarla a vivir a Estados Unidos. Diana recuerda que vivieron en San Diego, California, y desde entonces su padrastro empezó a cruzar “líneas en las que poco a poco empezó a abusar, que siéntate aquí, que ven acá, en fin. Empezó el maltrato, me decía que me quería y que las hijas tenían que hacer las cosas que él estaba diciendo, y que si lo quería, tenía que hacerlo”.
Cuando la pequeña quiso poner un alto, empezó el maltrato físico, ya tenía 12 años de edad, el padrastro le dijo que se tenía que ir a trabajar a los bares de Tijuana y ganar dinero para la familia. Recuerda que su madre en ese entonces ya no estaba con ellos.
Ahí empezó la explotación que vivió en los siguientes cinco años, hasta los 17. “Estuve trabajando en los bares de Tijuana, en la Coahuila y la Revolución, estando con hombres extraños, muchos, en todo esos años”.
El Chicago y el Unicornio, así se llamaban esos centros de “entretenimiento” a los que acudían no solo los clientes de ese tipo de servicios, sino las mismas autoridades locales, parroquianos asiduos de las citadas barras.
“A los 17 logré escapar, no podía confiar en nadie, ni en las autoridades. Empecé a drogarme, a alcoholizarme, estuve así varios años hasta que conocí a Dios y pude salir de eso”.
Vivir en miedo
El miedo ha sido lo peor para Diana, siempre vivía con el temor de que le hicieran daño. Reconoce que muchos le han preguntado por qué no huyó antes, reconoce que su mente estaba mal, “no sé cómo explicar la manipulación, no podía”.
Volvió en días recientes al lugar en el que literalmente estuvo recluida, y dijo que se sintió abatida porque lo que ella vivió aún pasa, la explotación sexual no ha acabado y revivió los momentos que pasó en aquel sitio.
“Era una cárcel para mí, un lugar en el que los hombres podían escogernos como objetos. Había todo tipo de explotación, había jóvenes como yo que tenían padrotes, hombres que las manejaban, los dueños de los bares sabían todo eso, las autoridades lo sabían, porque las autoridades eran nuestros clientes, todo eso, no sabíamos a dónde ir, a quién pedir ayuda, todos eran parte”.
Sin embargo se dice agradecida con los que la ayudaron, entre ellos sus propios clientes, a quienes platicó su situación y así pude escapar. Su esposo sabe lo que vivió, ahora tiene dos hijos pequeños, y la relación con su madre sanó y ahora recibe el apoyo de toda su familia.
Cuando tenía 14 años, Diana vivió un operativo en su lugar de “trabajo”, en el que las eficientes autoridades recibieron un reporte de que menores eran explotados en el lugar.
“Vinieron judiciales, a todos nos llevaron, estuvimos varios días y nos tomaron huellas y todo, ellos sabían que yo era menor de edad, pero se pagó una fianza, mucho dinero, y así se arreglaron las cosas. Me encontré allí a gente que frecuentaba el lugar, eran mis clientes”.
Antes de concluir, Diana, visiblemente triste, dice que le duele el corazón porque eso sigue pasando, no solo en esos lugares sino en internet, en los masajes, “hay tantas cosas en las que utilizan a menores… (hace una pausa para recuperar el aliento), me duele porque sé lo que están pasando, quisiera seguir haciendo trabajo para ayudar”.
Denunció que las autoridades saben, y les pidió que vean la realidad, porque la mayoría no está ahí porque quiere, fueron víctimas, “somos humanos, no objetos, no un pedazo de carne, que tomen su trabajo en serio, tienen el poder de hacerlo”.